On fugirem, amor, de Sònia Moll (Godall) | por Gema Monlleó

Sònia Moll | On fugirem, amor

“Com si el món fos una cosa blava 
amb les ombres assenyalant 
quantes llunes 
aquí a les fosques” 
Als llacs, Silvie Rothkovic 

Quizás una de las mejores maneras de afrontar este nuestro mundo actual sea desde el refugio de la poesía, entendiéndola como ese lugar en el que la experiencia subjetiva es narrada con una profundidad que amplía el limitado lenguaje racional. En On fugirem, amor Sònia Moll (Barcelona, 1974) se adentra en un momento distópico, que tiene tanto de presente como de un futuro determinista consecuencia de la agresión ecológica a la que sometemos al planeta, y reescribe, con su geoescritura poética y subversiva, las ruinas climáticas del ecosistema.  

“aquest cos meu 
creat per la mort 
tossudament reclama vida” 

Moll duplica su yo poético en un díptico de voces que alternan el desamparo y la desesperanza con la necesidad de una promesa, a veces muy mínima, sentida como ancla contra el nihilismo. Dos voces que son el yo y el tú al que alude el título (“Et juro, amor, / que abans no acabi aquest temps nostre / haurem après a extreure / sang de les pedres”). Dos voces en conversación, aunque sólo leamos a una de ellas, la que grita o se enternece en ese juego de mutaciones emocionales que (nos) es la vida.  

“perquè ens ha plogut avui 
tornant del mar 
Creus que la redempció és possible. 
Mai no t’havia estimat tant.” 

Desde la minuciosidad del detalle, la atención microscópica a una naturaleza devastada, la poeta traslada las grietas de la tierra a la piel del lector y establece un puente entre el llanto por el antropoceno y las imposibilidades íntimas, entre la conciencia de muerte (“un pas enllà, / l’oblit, / l’anòxia definitiva”) y el duelo espiritual, entre un deseo todavía vivo (casi revolucionario) y la resistencia a la normalización de la barbarie. 

“La lava ha arribat al torrent. 
¿On fugirem, amor, 
que no hi mori mai l’ombra? 
No et veig. Se m’han abrusat les parpelles 
i el volcà m’ha crescut a les plantes dels peus.” 

El extrañamiento perceptivo del entorno danza con un cierto ilusionismo emocional que matiza el desasosiego de la voz lírica. El manto distópico, la opresión por lo que muere, azuza un individualismo ante el que Moll vuelve a defender la importancia de la comunidad, ese ser uno dentro de un nosotros que se extiende como espacio de supervivencia (“abans també nosaltres ens ajaurem / damunt dels camps de cara al cel / i obrirem les boques i renaixerem una i cent mil vegades”). En On fugirem, amor la ecoansiedad (“esperem la mort als 75 graus a l’ombra / d’un arbre raquític, amb la il·lusió infantil / que encara pot protegir-nos el cos acabat”) flirtea con destellos de luminosidad en un diálogo lúcido, a veces críptico y siempre consecuente. 

“Ningú no ha de saber que resistim 
preparant l’envestida 
en el darrer reducte habitable del planeta.” 

El valor semiótico de los poemas, su estética a ratos perturbadora y desoladora, el imaginario y la textura de los versos, la intención desmitificadora del yo antropocéntrico, convierten la lectura en una experiencia radical frente a las ruinas del presente (“Un pas enllà, / l’oblit, / l’anòxia definitiva”). El arquetipo del monstruo (“érem menuts i la bèstia ja existia”), explícito o elíptico, pone en cuestión la idea del yo en el mundo, el compromiso -casi corporal- por asumir el enfrentamiento, la utilidad de la indignación y la ira bien dirigidas, y es desde ese cuestionamiento desde donde la poeta acepta la responsabilidad propia -que es la de todos en tanto que mayestática- tal vez en un paso primero hacia un ejercicio de expiación. 

“Vam fugir. I ara som, a ulls del món,  
la historia malmesa dels covards” 

El locus planetario es en On fugirem, amor una entidad viva, que respira y recibe la vitalidad de la voz autoral -que apunta destrucción o aliento de resurrección entre los versos- y la estrategia narrativa de los espacios en blanco y los tiempos muertos, así como la inquietud, el desasosiego, y cierta arritmia buscada, acercan estos poemas a la poética de la película The human hibernation (Anna Cornudella, 2024), un cuadro vivo de una distopía-utopía natural de belleza cuántica.  

“L’endemà 
comença a estimar el silenci 
-hauràs de quedar-t’hi a viure” 

En la segunda parte del poemario (“Onada monstre”) se acentúa la individualidad del yo poético, un yo que recorre su pasado, su memoria, sus ancestros. La destrucción ya no es únicamente la ambiental de los poemas anteriores, es también la de todo lo destruido a nivel interno y es ahí donde la radicalidad lírica de Moll refleja un posicionamiento personal que cuestiona también las ya no sacrosantas leyes de la familia (“Comptaven un a un els meus fracassos (…) Se’n nodrien”), en una materialidad versificada tan cegadora como el blanco brillante de la exposición de imágenes en negativo. 

“La sang, 
us dic,  
no fa família” 

En algunos poemas hay también una exigencia por escoger, desde la lucidez, el final propio después de vivir la agonía de los finales ajenos (“Mai no sabràs / si finalment t’atorgaran el do / de morir abans de convertir-te / en un ninot de drap”). Una exigencia que se convierte en una declaración de principios política sobre como acompañar(se) en la enfermedad y en la muerte, en el tránsito hasta la expiración última.  

“No hi pots fer res,
abans de morir, només 
extasiar-te davant la paret 
que t’ha de rebentar” 

Entre la finitud (de recursos, de momentos, de vivencias) y la infinitud (de compromisos, de afecciones, de ira), entre la esperanza (emparentada aquí con una particular visión de la fe: “La fe / és ara un cabàs amb cinc pans i dos peixos / i ens multiplica el desig a tocar del deliri”) y la desesperanza (el hastío, la renuncia), On fugirem, amor es un recorrido coreográfico por diferentes capas de devastación, exteriores e interiores, que devienen tanto espitas para la acción en un tiempo inhóspito como versos de liberación y redención.  

“I tanmateix 
callar no ha estat mai una opció, 
sinó perviure 
en la gorja estreta. 
trobar-hi el crit” 


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